miércoles, 10 de diciembre de 2008

Le boulevard du Temple


Cuando miro el boulevard du Temple tal y como fue para Daguerre y su cámara en 1839, no deja de intrigarme la idea de que en esa calle despoblada existía una gran animación cuando se realizó la toma. Y todavía es mayor la sorpresa cuando descubro las figuras inmóviles a la orilla del paseo. La casualidad quiso que en mitad de la agitación urbana, sólo esos dos hombres quedaran impresionados en la fotografía de Daguerre. Aquel limpiabotas empleó los minutos necesarios en cepillar unos zapatos para que ambos personajes fueran arrebatados a la disolución en el tiempo junto al movimiento mundano que los rodea, del transcurrir de los otros hombres. Han sido sustraídos y, aun ajenos e indiferentes, consiguen perdurar.
La verdadera vocación de la fotografía, su plenitud perseguida, no llega hasta que se alcanza la necesaria sensibilidad para la luz del ser humano, frente al ser objeto, o ser paisaje. El retrato es el primer gran éxito de la imagen fotográfica. Si no el más espectacular, sí el de mayor profundidad e influencia en el sentimiento moderno del hombre con el mundo, que nace nuevo en la fotografía. En un principio, el modelo es capaz de aceptar la rígida inmovilidad de las cosas, hasta que la técnica libera su cuerpo de soportes y pértigas, armazones de su inconsistencia temporal.
Foto. Daguerre, Vista del boulevard du Temple, Paris 1839

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