Cada fotografía cobija un oscuro remanso sin memoria ni redención posible pues no señala lo que duró en el devenir, sino aquello que definitivamente sabemos arrumbado. Miramos siempre a sus aledaños, hacia un lugar inhóspito cuyo centro es la fotografía, para estar y a través acceder a otro espacio no visible, lo cual no significa carente de imagen. Por eso las fotografías, a fin de cuentas, interesan poco. La iconografía de sus silencios, en cambio, secretamente importa, asusta y nos susurra las orillas de un socavón inhabitable y eterno. Por eso las fotografías nunca son.
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