jueves, 27 de noviembre de 2008

El pudor

Más que nada el pudor es requerido ante aquello que, sin pertenecernos (una obra de arte), atañe inconfesable a los fueros más personales: el desamparo, la tragedia, los sufrimientos del otro. La diferencia entre un acercamiento zafio y vocinglero, entre una fotografía exhibicionista e interesada y aquella que no lo es, concierne directamente a su visión pudorosa.
Además el pudor se acentúa en la desnudez; cuando despojarse de lo que nos cubre y nos resguarda implica un personal ofrecimiento, una aproximación a lo que somos. Ahí descubre el retrato su radical y originaria dimensión, cuando consigue desnudar la intimidad desprovista del sujeto: abstracta y abstraída, largamente anónima.

Y del pudor corporal, la enfermedad, en donde ya no cabe fingimiento alguno, se impone como su abierta consecuencia: claridad. En la enfermedad se vive más enajenado que nunca, habitado por un cuerpo extraño: algo hay que nos resistimos a considerar nuestro, y se empeña a pesar de todo en pertenecernos. Por eso enfermedad y pudor terminan confundiéndose.Al desnudarse, el hombre encara privadamente el derrumbamiento del cuerpo, que resulta intransferible; como encubierta es la disposición temporal ante la cámara: posar, poso; permanencia, fugaz, pero permanencia. Lo cual explica esa mueca distraída y fúnebre que siempre nos delata en los retratos.
Foto. Ana Casas Broda, Álbum, Mestizo (2000)