lunes, 24 de noviembre de 2008

Todos muertos

Vivir se parece cada día más a cualquiera de aquellos juegos infantiles: a civiles y ladrones, a las carreras de caballos, a las adivinanzas y a las prendas, a las guerras... Conservo una de aquellas fotografías en las que todo un curso (tercero o cuarto), aparece perfectamente escalonado y en orden, con su profesor a un lado: Don Enrique, sentados en el suelo, rodilla en tierra, de pie, sobre las gradas del campo de fútbol.
Allí están todos, con su entonces, alguno interrumpido ya: Salvador murió de un tumor cerebral, creo, allá por Ingreso. A la mayoría les he perdido la pista, e incluso me cuesta identificar unos cuantos rostros. A veces entrañable, otras incómodo y deliberadamente esquivo, el saludo casual depara siempre un hormigueo desapacible: la señal del tiempo, el apabullante tufo temporal.
El envejecimiento nos recuerda, ni más ni menos, que estamos vivos, viviendo sin parar: Juanjo sella recibos en una sucursal de la Caja de Ahorros; Félix repara lavadoras, y el otro Félix, el gordo, trabaja de maestro en un pueblo de Guadalajara; Santi consiguió ser médico, y ejerce en un ambulatorio. Rafael, Rafa, el más chulo de la clase, al que todos queríamos parecernos, vende colchones en unos grandes almacenes; de Carlos supe que es seropositivo, y que no lo lleva del todo mal, demasiado mal.

Volver a este retrato, o a otros de las mismas características en donde grupos de personas de índole dispar se fotografían juntas por razones puntuales (trasnochadas reuniones familiares, por ejemplo), suscita mi curiosidad, e inquietud. Por ello evito, siempre que puedo, ser sorprendido en acontecimientos o reuniones que tienen carácter furtivo y eventual. Dónde iré a parar en esas composiciones múltiples, multitudinarias, a merced de qué memorias u olvidos para siempre, me sobrecoge.
Cuando hablo de retratos en grupo no me estoy refiriendo a aquellos en donde los protagonistas aparecen atrapados en su identidad. Me interesa cuando el tiempo no sólo se enreda en la fotografía, sino en los personajes, que dejan de ser para parecerse, amañados en su pose: campesinos, trabajadores y estudiantes, las señoritas cuzqueñas, los bailes y las bodas y las familias de Martín Chambi. Aparece un desplazamiento, acuden a un fuera de sitio para irrumpir en otro lugar usurpado y sometido a un entramado de coincidencias reunidas en el tiempo, pero sin sus tiempos, aunque en ocasiones podamos intuir alguna de sus sombras.